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domingo, 17 de enero de 2016

Llorar de memoria



Mirando el foco con emociones resentidas cuando sabemos que nada de esto es improvisado.
Sentir las palabras memorizadas desde hace años para poder contestar a la pregunta también memorizada que espera nuestra memorizada respuesta.
Descubrí que el viento de noviembre viene de un ventilador grande y metálico situado en el fin del mundo, donde el mar se convierte en cascada y los barcos se precipitan al vacío.
El rodaje ya presenciado, los sustitutos, los dobles, el maquillaje y efectos especiales. Guiones y guiones llenos de diálogos contenidos y escritos por alguien que nadie conoce.
Qué haría yo sin mis guiones, sin mis acotaciones. Qué sería de nosotros. Tendríamos que improvisar.
Calla, calla. Qué miedo.
Imagina que tienes imaginación, y que al tenerla, te imaginas que improvisas. ¿Qué serían de los efectos especiales? ¿De los mutis? ¿Qué sería de los títeres y de las marionetas? ¿Y qué me dices de los animales? Imagina que tienes imaginación y que al tenerla, imaginas cómo sería si los animales improvisaran, si las plantas improvisaran.
¿Qué sería del escritor que escribe nuestros diálogos? ¿Eh? Tendríamos que sentir.  No nos haría falta fingir nuestras emociones, ensayar nuestra risa, memorizar nuestra sorpresa. Existirían las tartas, existirían los ombligos.
También descubrí que el sol es ese foco que alguien subió allí arriba pero nadie sabe quien fue. Imagina que tienes imaginación, y que al tenerla puedes imaginar que se apaga.
¿Y si el color blanco no fuera solo el color de los polvos de maquillaje?
Luces, cámara y acción. Pero, si se fundiesen las luces, si la cámara se quedara sin batería, si la acción se aburriese y se marchara ¿Seguiríamos actuando?
No haría falta llorar de memoria. Y tal vez, solo tal vez, pudiésemos prescindir de las acotaciones.
¿Te imaginas que te lo puedes imaginar?

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