Mi pompa de cristal

A veces me pregunto por qué soy el único que ve las cosas de esta forma. Por qué la gente que viene a visitarme me mira con esa extraña expresión de melancolía y pena. Odio que se compadezcan de mí. Caras que se repiten día tras día pero que olvido constantemente y que a veces me dan la sensación de que hayan pertenecido a mi pasado Soy alguien normal, o eso me empeño en creer. Solo soy (y lo admito) algo extravagante e insensible. Siempre me aíslo en mi insólita pompa de cristal en la que mis pensamientos y yo convivimos. Bueno, y las voces. Las voces siempre me persiguen, me susurran, me gritan, me murmuran en sueños y hacen que me despierte aferrado a las sábanas, chillando y pataleando. Las voces me hablan. Son mis únicas y mejores amigas, pero también mis únicas y peores enemigas. Me aconsejan sobre todo y suelo cumplir lo que me dicen, pero si alguna vez me niego a hacerlo, las voces me obligan y me pegan por dentro. Siempre que entro en un ataque me percato de ello con anterioridad. Es horrible. Es como si las paredes de tu intestino se recubrieran de espinas y se te clavaran en el alma, haciéndote sangrar por dentro. Esas veces, las voces me obligan a dañarme a mí mismo y si no hay nada afilado a mano, me tengo que golpear las sienes contra el suelo. Por eso, hace poco me agarraron con correas a mi cama. Ellos piensan que así estaré mejor, que no sufriré; pero creedme cuando os digo que prefiero matarme a tener que soportar las protestas de mis amigas parlantes. A veces prefiero dejar la mente en blanco, algo que a la gente le cuesta pero a mí no. No pienso en nada, ni siquiera pienso en cómo sería mi vida sin todo esto, como sería mi vida sin las voces, sin mi burbuja, sin la pena de la gente que tanto me suena su cara curiosamente siente hacia mí y sin esta enfermedad a la que llaman esquizofrenia. Simplemente abandono mi cuerpo y me dejo absorber por el mundo de la felicidad, un mundo que por desgracia está lejos de mi alcance.