El cable gris era lo único que me ataba a la nave. Era un
fino hilo que conectaba mi cuerpo a mi fuente de vida. Las estrellas se
desplegaban a mis pies, sobre mi cabeza y a mi izquierda y derecha. Era
intimidante pensar que el espacio era infinito, que se expandía y se expandía y
no llegaba a ninguna parte, que había vidas que morían cuando el universo
todavía no había terminado de nacer. Los planetas parecían motas de polvo
suspendidas en el tiempo, buscando una razón para no dejar de moverse. Todos los
planetas parecían incluso más lejanos que las estrellas, menos uno: la Tierra.
Ella era mi madre, desde aquí se veía tan inmensa, luminosa, protectora. Ella
me consolaba y me cuidaba a pesar de que no me hallara junto a ella. Mi madre
nunca me guardaba rencor. Ella me quería. La vía láctea se abría a mi alrededor
latiendo al ritmo de mi corazón, inspirando y espirando nebulosas y satélites
como si fuese oxígeno que necesitara para vivir. Nacían estrellas y morían otras. Era un pensamiento desolador pero ocurría como en la vida: nacían personas y morían otras, con cada muerte había alguien que se lamentaba y con cada nacimiento había alguien que se alegraba. El sol disparaba sus rayos
blancos al fondo de la inmensa Tierra, probablemente en el oeste de América,
donde explosiones de luces de bombillas se podían apreciar todavía desde aquí.
Su luz lamía poco a poco los países. Allí estaba amaneciendo pero aquí solo era
uno de tantos maravillosos espectáculos. Alargué mis dedos envueltos en un
grueso traje de astronauta y traté de atrapar el sol a tantos miles de millones
de kilómetros, moviéndose a la velocidad de la luz, tan grande que sería
imposible abarcarla pero tan aparentemente pequeña que sería imposible
acariciarla. La luz me recordó a ella, tan sumamente perfecta y hermosa como todo lo que me rodeaba en ese instante. Tal vez pudiese volver a encontrarla y
decirla que no volvería a dejar que se marchara sin mi permiso. Yo no la había olvidado aún y esperaba que ella tampoco. Al fin y al
cabo ella estaba en el cielo, al igual que yo. El cielo no puede ser tan grande
como quiere hacerse parecer. "Búscala" me dije. Y me desaté del
cable.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarPor fin algo nuevo!! Bueno, tú ya sabes que todo lo que escribes me gusta mucho y me hace pensar (cosa muy difícil) jajaja. Bueno, espero que alguna vez escribas algo un poquito más largo tipo Irreversible. Tu sabes que siempre te apoyo y a continuar escribiendo!!
ResponderEliminarMuchas gracias, Juan. Ya sabes que me encantan los comentarios. Si no subo cosas tipo irreversible es porque: a) me da pereza escribir cosas largas xD y b) no creo que sea buena idea subir algo tan largo a un blog (no preguntes por qué. Manías mías) aunque tal vez en un futuro próximo lo haga.
EliminarPD: No hace falta leer para pensar ni pensar para leer ^.^
Bueno, esa ultima frase si que me ha hecho pensar, (y mucho)
Eliminar¡¡¡¡Aquí estoy de nuevo!!!! xD María, me voy a enfadar contigo como no me avises de los relatos que subes, porque es que no me puedo perder ni uno, así que avísame o te mato ajajja xD
ResponderEliminarEn una palabra: P-R-E-C-I-O-S-O. Bueno, hay muchas más palabras para describir este relato: perfecto, increíble, maravilloso, bello, sentimental.
Con cada libro que leo, el libro me hace sentir y pensar. Y eso es lo que me ha hecho este relato. Me ha conmovido tanto que casi me pongo a llorar de la emoción *-*
Por favor, sigue escribiendo y no olvides avisarme de los relatos que subes ^^
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Eliminar