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lunes, 14 de agosto de 2017

Hoy no quiero volver (Crónica ERS 2017)



Hoy mi casa me parece más lejana que nunca. No quiero que el tiempo huya de este autobús por el tubo de escape y por eso me aferro a su humo, a la vibración de los cristales al apoyar la cabeza y a las luces de las farolas al pasar. Sé que la chica que se sienta en mi asiento de vuelta a casa no es la misma que se despedía de sus padres a la ida. La pregunta que nos hicieron hace un par de días palpita en mi cabeza como una migraña: "¿Cuánto tiempo pasará hasta que olvidéis lo vivido estos días o hasta que se quede en un recuerdo lejano".

Me escuece en los recuerdos las lágrimas de las despedidas en Algeciras y sigo sintiendo que debajo de mí, detrás de la rueda del autobús sigue viajando una niña subsahariana, aferrándose tanto al guardabarros como a sus raíces africanas.
Tal vez así sea. Tal vez esa niña sea yo, negándome a olvidar de donde vengo tras cruzar la frontera y sus vallas, con una parte de mi corazón aún rebozada en la arena del desierto y otra ya empapada en el mar del estrecho. 

Todo parece más vívido y los recuerdos se desdibujan al otro lado del cristal. La primera noche en Toledo en la que nos despertaron antes de la hora por equivocación, los envoltorios de las barritas energéticas, los alacranes, las camisetas verdes con las marcas blancas del sudor, el coro de voces cantando que "Qué pena, no hay estrellas", la luna intensa del primer día que recordaba a la sonrisa de Chesire, la lizipaina, los ballestrinques, ochenta y dos manos empujando un bus atrapado en la arena, el agua con lejía, las risas, el cuscús y sus verduras, Mawi, Ali, Abdul, Fatima, Arkina, los nuevos amigos a cada nueva marcha, el viento de cara y las legañas cargadas de arena.
Todo. También los monitores y su papel de hermanos. A partir de ahora los amaneceres nacen en la gran duna y los atardeceres se esconden tras las jaimas. Tener imaginaria en el desierto ha sido el mejor castigo que podrían haberme puesto. En la noche, el Sahara parece un coloso en calma y la arena, tiene la textura del agua que se escurre entre los dedos. 

Quiero dormir
todos los días de mi vida
sintiendo el suelo bajo mi espalda
 y el cielo sobre mi frente;
quiero sentir
ser parte del mundo.
He adivinado las constelaciones
y sentido que la arena
y que África
te abraza de costado.

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